. . .Motolinia nos da noticia de las grandes cantidades
de indígenas que pedían el bautismo, y que en aquel momento, inexplicablemente,
se contaban por miles, como se lo había informado un confraterno, decía: “fray
Juan de Perpiñán y fray Francisco de Valencia, los que cada uno de estos
bautizó pasaron de cien mil; de los sesenta que al presente son en este año de
1536”;31 Motolinia siguió haciendo cuentas de los miles y miles que se habían
bautizado y llegó a la conclusión que en total en ese año de 1536: “serán
–decía– hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones”. . .
LA VIRGEN DE
GUADALUPE
ESTRELLA DE LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN
Ponencia presentada en el congreso Ecclesia in
America, que se celebra en el Vaticano
Martes 11 de diciembre de 2012
(ZENIT.org)
Canónigo Dr. Eduardo Chávez
Postulador de la causa de canonización de san Juan Diego
y Director General del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos (ISEG)
Introducción
El Santo Padre, Juan Pablo II, afirmó que fue en México,
a los pies de la Virgen de Guadalupe, cuando vislumbró la manera de realizar su
Pontificado: “Visité –recuerda el Papa- el santuario de Guadalupe en enero de
1979, durante mi primera peregrinación apostólica. El viaje fue decidido como
respuesta a la invitación apostólica en la Asamblea de la Conferencia de los
obispos de América Latina (CELAM), en Puebla. Aquella peregrinación inspiró en
cierto sentidos todos los siguientes años del pontificado.”1
¿Qué tendría esta devoción para que, de manera evidente,
fuera tan amada por el Papa? ¿Qué fue lo que vislumbró el Santo Padre para que
además proclamara Fiesta Litúrgica de Nuestra Señora de Guadalupe para todo el
Continente Americano, y declarara en aquella ocasión: “La aparición de María al
indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión
decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la
nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”2? Y que además y de manera
explícita el Santo Padre declarara: “América, que históricamente ha sido y es
crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del
Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de
evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en
el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es
venerada como Reina de toda América.”3 ¿Qué tendría esta Devoción, como decía,
para que explícitamente el Santo Padre proclamara todo esto y más?
Como todo Acontecimiento Salvífico, el Guadalupano, si
bien se verifica en un momento histórico y en un lugar determinado, trasciende
fronteras, culturas, pueblos, costumbres, etc.; llega hasta lo más profundo del
ser humano; además, toma en cuenta la participación precisamente de este ser
humano, concreto e histórico, con sus defectos y virtudes, para que con su
intervención fuera más allá de lo que la humana naturaleza permitiría. Una de
las más claras manifestaciones de que en realidad se trata de un Acontecimiento
Salvífico es la conversión del corazón, es el mover, en un verdadero
arrepentimiento, al ser humano desde lo más profundo del alma, del espíritu y
la razón, para encontrase con Dios, quien siempre es el primero en tomar esta
iniciativa; haciendo realidad un cambio de vida pleno y total.
Veamos, aunque sean algunos pincelazos, los momentos más
significativos de esta historia que influye decididamente en la evangelización
de todo un Continente, como el mismo Santo Padre lo afirmó.
De la Reconquista a
la Conquista
Mientras que en el centro de Europa el movimiento
Protestante puso en crisis la relación con la Santa Sede, el pueblo español se
manifestó enteramente católico, fiel a la Iglesia y defensor de Cristo, ya que,
gracias a Él, había reconquistado su territorio y captaba como su misión
histórica ser la punta de lanza de la Cristiandad para todos los pueblos. El
pueblo español, siendo paladines de Cristo, pasó de la reconquista a la
conquista. Como afirmó Francisco Hernández de Gómara: “La mayor cosa después de
la creación del mundo y la muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las
Indias [...] Nunca nación se extendió a tanto como la española sus costumbres,
su lenguaje y armas, ni caminó tan lejos por mar y tierra, las armas a cuestas
[...] Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, para que siempre
guerreasen españoles contra infieles.”4
Por otra parte, y al otro lado de su mundo, se
encontraban imperios inmensos: el “Tahuantisuyo” y el “Tlatocáyotl”, es decir,
el imperio Inca y el imperio Azteca. La belicosidad y su profunda religiosidad
eran las características esenciales de estos pueblos, que los llevaron a
conquistar casi todo lo que era su mundo.
Veinticinco años después del Descubrimiento de América,
en 1517, Francisco Hernández de Córdova descubrió, oficialmente, tierras
mexicanas; al siguiente año le siguió Juan de Grijalva; pero es hasta la
llegada de Hernán Cortés, en 1519, cuando de una simple exploración se consumó
una gran conquista.5
A inicios del siglo XVI, el imperio Azteca era un
conglomerado de, aproximadamente, 23 millones de súbditos de diferentes tribus,
muchas de las cuales odiaban a los aztecas por sanguinarios, y esto obedecía a
que los aztecas se consideraban llamados a preservar la vida del mundo,
alimentándolo con los corazones y la sangre obtenidos por los prisioneros en
las llamadas “guerras floridas”; prisioneros que eran sacrificados ritualmente,
sacándoles sus corazones para ofrecerlos en alimento a sus dioses y, de esta
manera, preservar el ciclo de la vida.
Los indígenas estaban convencidos, por su mentalidad
religiosa, que se cumpliría una de las profecías más importantes y
determinantes de su existencia; en síntesis esta profecía decía que un
caudillo-dios, llamado “Quetzalcóatl” (“serpiente emplumada”), iba a regresar por
el Oriente, y este líder bueno tenía, extrañamente, las mismas características
de los europeos: blanco y barbado, con extrañas naves que venían, precisamente,
de Oriente; así que los indígenas estaban convencidos de que eran testigos de
la realización de esta profecía.
En solo dos años, de 1519 a 1521, contra toda
expectativa humana, los españoles conquistaron el imperio Azteca. Hernán
Cortés, un hombre de armas, un tanto ilustrado y militarmente religioso, como
era la época, con un carisma de liderazgo impresionante, usando su astucia y
habilidad penetró hasta el propio corazón del imperio, aliándose con las tribus
sometidas por los aztecas; bajo la confusión de la famosa profecía de la
llegada del dios bueno “Quetzalcóatl”; aunado todo esto con las poderosas armas
y los caballos desconocidos para los indígenas, lo cual fue clave para la
conquista y, finalmente, las enfermedades, entre ellas la viruela, que mató a
la mitad de la población indígena.
El drama que los indígenas padecieron en esta derrota y
la caída de su Imperio, no fue sólo el desmoronamiento de su estructura
militar, social, económica, política, etc., sino de toda su estructura
religiosa, la cual sustentaba el sentido de toda su existencia. La tremenda
depresión ante sus propios dioses fue un drama incomparable, ya que el esperado
dios bueno “Quetzalcóatl”, sólo sembró la ruina y la muerte; ya no habían más
sacrificios humanos ni corazones que alimentaran a sus dioses y, sin embargo,
el ciclo de la vida continuaba sin mayor problema; los astros estaban ahí
cumpliendo sus funciones como si nada; se habían sacrificado a miles de seres
humanos y ahora se daban cuenta que no había servido de nada, absolutamente de
nada; entonces ¿todo había sido una burla infame de los dioses? La depresión
fue tal que algunos indígenas optaron por suicidarse.6
Mientras tanto, no eran pocos los españoles que también
presentaban una crisis de conciencia, pues se cuestionaban hasta qué punto era
de cristianos conquistar un territorio, el cual no les pertenecía, y hacer de
su propiedad bienes ajenos y hasta esclavizar a sus propietarios; este
cuestionamiento era fuertemente manifestado no sólo por los misioneros, sino
por españoles de conciencia recta, incluso se llevó ante las aulas de las
Universidades como la de Salamanca. La discusión sobre la justificación de una
invasión y toma de bienes ajenos ocuparon agrias disputas; llevándolas hasta el
punto de poner en tela de juicio la racionalidad de los indígenas, pues si los
indios no demostraban su humanidad, entonces se podía tomar de sus bienes, ya
que no tendrían ningún derecho sobre ellos; y, además, su “adoración” a los
ídolos los hacían “culpables”.
Sin pretender menospreciar o desmeritar la labor de
estos santos varones, que en realidad eran de lo mejor que había producido una
España, deudora de Jesucristo, defensora de su Iglesia y misionera militante;
pero ¿qué era este puñado de inspirados misioneros ante los millones de
indígenas?, ante las distancias impresionantes, las lenguas desconocidas, las
mentalidades y culturas tan distintas. Si bien, las conversiones se fueron
dando, pero muy poco a poco ante este reto gigantesco. Fray Toribio Motolinia,
además de indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado como
resultado cierta cantidad de bautizos entre los indígenas, no pudo negar que en
los primeros años los indios permanecían reacios a convertirse al catolicismo:
“Anduvieron –declaraba el misionero– los mexicanos cinco años muy fríos”.7
Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad
del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras
las conversiones;8 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada
subsistió durante largo tiempo en todos los misioneros y llegó a ser para
algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.9
Además, esto se unía a los problemas internos de los
mismos españoles, que llegaron a ser tan ásperos que el primer obispo de
México, fray Juan de Zumárraga, consciente de que no había ninguna salida ante
los abusos de sus paisanos, en 1529 declaró al rey: “Asimismo me parece es bien
informar a Vuestra Serenísima Majestad de lo que a la fecha en ésta pasa,
porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su
mano está la tierra en punto de perderse totalmente.”10
En este contexto histórico es cuando se produce uno de
los eventos más importantes y evangelizadores, el llamado: Acontecimiento
Guadalupano, iniciando una importante historia de la Salvación; el encuentro de
la Virgen de Guadalupe con un indígena llamado Juan Diego,11 quien fue
canonizado por el papa Juan Pablo II el 31 de julio de 2002.12 Se inicia una
evangelización que lleva a una verdadera conversión.
Santa María de Guadalupe, Estrella de la Evangelización,
aparecida del 9 al 12 de diciembre de 1531, apenas a diez años después de la
conquista, retoma lo bueno de los indígenas y lo bueno de los españoles, dos
culturas profundamente religiosas y profundamente distintas, en un choque
violento y cruento; es ella, la Madre de Dios que se manifiesta como portadora
del Amor, sagrario inmaculado de Dios y, cuya voluntad claramente la sabemos
por medio de san Juan Diego, y esta era: que se le edificara un templo para dar
en él ese Amor que es el Hijo de Dios a todo ser humano; templo que debería contar
con la aprobación de la cabeza de la Iglesia, el obispo de México, que en aquel
entonces, como decíamos, era el obispo fray Juan de Zumárraga. Este mensaje se
manifestó también con una imagen impresa en el manto o tilma de este indio
humilde, Juan Diego. La imagen mestiza de esta Virgen Madre envuelta de sol con
la luna bajo sus pies con manto tachonado de estrellas y cuyo mensaje y
voluntad es la entrega del Amor maternal en un templo aprobado por la cabeza de
la Iglesia. Una Virgen Madre que al mismo tiempo los españoles la conocían como
una Purísima Concepción; y los indígenas como la “Tonantzin”, que significa
“nuestra Madrecita”.13
En este Acontecimiento salvífico se manifiesta, de
manera patente, la intervención de Dios en una evangelización conducida por
María para una verdadera conversión, como se expresa en el trozo del Evangelio
de san Juan (Jn 2, 5): cuando, en las bodas de Caná, María, la madre de Dios,
dirige con firmeza al ser humano: “hagan todo lo que Él les diga”.
Esta es una maravillosa historia de donde surge la
evangelización para todo el Continente Americano y más allá de sus fronteras,
bajo la dirección y cauce de la Iglesia Católica.
Historia de un
encuentro salvífico
Juan Diego Cuauhtlatoatzin14 fue el vidente en las
Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, que tuvieron lugar del 9 al 12 de
diciembre de 1531. A este importante evento se le conoce como el Acontecimiento
Guadalupano.
Juan Diego, de la etnia indígena de los chichimecas,
nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, región
que pertenecía al reino de Texcoco; fue bautizado en torno a 1524,15 por los
primeros franciscanos que llegaron de España al territorio del antiguo Imperio
Azteca, imperio que fue derrotado y conquistado en 1521. En el tiempo de las
Apariciones, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad, y
tenía apenas dos años de viudo ya que su mujer María Lucía había muerto en
1529.
Juan Diego era profundamente piadoso, acudía todos los
sábados y domingos a Tlatelolco, un barrio de la Ciudad de México, donde aún no
había convento, pero sí una llamada “doctrina”, donde se celebraba la Santa
Misa y se conocían “las cosas de Dios que les enseñaban sus amados sacerdotes”;
para esto, tenía que salir muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde
en ese momento vivía, y caminar hacía el sur hasta bordear el cerro del
Tepeyac.
El sábado 9 de diciembre de 1531 sería un día muy
especial, pues al pasar a lo largo de la colina del Tepeyac, escuchó que provenía
de ella un maravilloso canto y una dulce voz lo llamaba desde lo alto de la
cumbre: “Juanito, Juan Dieguito”. Llegando a la cima, encontró a una hermosa
Doncella que estaba ahí de pie, envuelta en un vestido reverberante como el
sol. En este encuentro, el cual es narrado de una manera maravillosa en el
llamado Nican Mopohua ya se comprueba la madurez cristiana que tenía Juan
Diego, pues antes de que Ella se presente, él la reconoce como Madre de Dios al
decirle que va “a su casita de México Tlaltilolco a seguir las cosas divinas”
que imparten “la imágenes de Nuestro Señor”,16 o sea los sacerdotes españoles.
A su vez, Ella se presenta como Madre de Dios en forma inconfundiblemente clara
para cualquier indio mexicano, pues no sólo dice que es la “Madre del
verdaderísimo Dios”, sino que repite la palabra “Dios” en náhuatl y en
castellano: “Téotl Dios” y cita cuatro nombres inconfundibles para ellos:
Ipalnemohuani = “Aquel por Quien se vive”, Tloque Nahuaque = “Dueño del cerca y
del junto”, Teyocayani = “Creador de las personas” e Ilhuicahua Tlaltipaque =
“Señor del Cielo y de la Tierra”.17 María se presenta de una manera clara y
sencilla, nítida y transparente, con naturalidad y sencillez para los
desconfiados españoles y para los desconcertados indígenas. La voluntad de la
Inmaculada Virgen María de Guadalupe era el que se levantara un templo en aquel
lugar para dar todo su amor a todo ser humano, por lo que le pide que sea su
mensajero para llevar su voluntad al obispo.
Juan Diego se dirigió al obispo, fray Juan de Zumárraga,
y después de una larga y paciente espera, el indio mensajero le comunicó todo
lo que había admirado, contemplado y escuchado, y le dijo puntualmente el
mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había enviado y cual
era su voluntad que se le erija un templo para, desde ahí, dar todo su amor. El
Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, y reflexionando sobre este
extraño mensaje.
Juan Diego regresó al cerrillo ante la Señora del Cielo,
y le expuso cómo había sido su encuentro con el jefe de la Iglesia en México.
Juan Diego entendió que el obispo pensaba que le mentía o que fantaseaba, y con
toda humildad le dijo a la Señora del Cielo que mejor enviara a algún noble o
alguna persona importante ya que él era un hombre de campo, un simple cargador,
una persona común sin importancia, y con toda sencillez le dijo: «Virgencita
mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu
rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña
mía».”18
La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con
firmeza le respondió al indio: “«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por
cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que
lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario
que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se
lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y
con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte
hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo
que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre
Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».”19
Así que al día siguiente regresó ante el obispo para
nuevamente darle el mensaje de la Virgen y el Obispo le pide una señal que
confirme su mensaje. Juan Diego al regresar abatido a su casa se encuentra con
que su tío se encuentra gravemente enfermo y ante la eminente muerte le pide a
su sobrino que vaya a la Ciudad de México para que buscara un sacerdote para
que le diera los últimos auxilios, así que el 12 de diciembre, muy de mañana
Juan Diego corrió hacia el convento de los franciscanos en Tlatelolco, pero al
acercarse al lugar donde se había encontrado con la hermosa Doncella,
reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos por otro camino,
rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no
entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de
Tlatelolco, pensando que más tarde podría regresar ante la Señora del Cielo
para cumplir con llevar la señal al Obispo.
Pero María Santísima salió al encuentro de Juan Diego y
le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te
diriges?»”.20 El indio quedó sorprendido, confuso, temeroso y avergonzado, y le
comunicó con turbación la pena que llevaba en el corazón: su tío estaba a punto
de morir y tenía que ir por un sacerdote para que lo auxiliara.
María Santísima escuchó la disculpa del indio con
apacible semblante; comprendía, perfectamente, el momento de gran angustia,
tristeza y preocupación que vivía Juan Diego; y es precisamente en este momento
en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas palabras, las cuales
penetraron hasta lo más profundo de su ser:
“«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que
no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro,
tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa
punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco
de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra
cosa?»”21 Y la Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija,
te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella
no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno».”22
Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima
se encontró con el tío Juan Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría
más tarde Juan Diego.
Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María
Santísima, la Reina del Cielo, así que consolado y decidido le suplicó
inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la señal de
comprobación, para que creyera en su mensaje.
La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del
cerrillo, en donde antes se habían encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay
variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas: luego baja aquí;
tráelas aquí, a mi presencia».”23
Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante
que sabía que en aquel lugar no habían flores, ya que era un lugar árido y
lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales, mezquites y espinos; además,
estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la cumbre, quedó
admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores
variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y comenzó a
cortar cuantas flores pudo abarcar en el regazo de su tilma. Inmediatamente
bajó el cerro llevando su hermosa carga ante la Señora del Cielo.
María Santísima tomó en sus manos las flores
colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma de Juan Diego y le dijo: “«Mi
hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al
Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice
mi querer, mi voluntad; y tú ..., tú que eres mi mensajero... en ti absolutamente
se deposita la confianza.”24
Después de un largo tiempo de espera pudo estar delante
del Obispo, y en cuanto lo oyó, comprendió que Juan Diego portaba la prueba
para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba la Virgen por medio del
humilde indio. Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima
extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se vio en
ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día
de hoy, y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su
familia y la servidumbre que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción,
no podían creer lo que sus ojos contemplaban, una hermosísima Imagen de la
Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron como cosa
celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no
haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.”25
Además, el obispo confirmó también la salud del tío Juan Bernardino, quien
declaró que en ese preciso momento a él también se le había aparecido la
Virgen, exactamente en la misma forma como la describía su sobrino, y que la
hermosa Doncella le había dicho su nombre: “LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE
GUADALUPE.”26
Desde ese momento Juan Diego proclamó el milagro y el
mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, un mensaje que proclamaba la unidad, la
armonía el inicio de una nueva vida.
Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen. “Y
absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a
ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino.
Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa manera se
había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada
Imagen.”27
La evangelización de
Santa María de Guadalupe hace realidad una gran conversión
Inmediatamente el mensaje y la imagen de Santa María de
Guadalupe fueron captados y entendidos de tal manera que se verificó una
impresionante conversión en masa tanto de los indígenas como de los españoles;
de tal forma que son los mismos misioneros quienes quedaron desconcertados ante
estas conversiones y fueron estimulados a cumplir con su labor como
instrumentos sacramentales de esta apoteótica conversión.
Ciertamente, un signo concreto, claro y objetivo de la
importancia del Acontecimiento Guadalupano fue la conversión de los indígenas,
que a partir de este momento se cuentan por millares. Y esto se constata por
medio de las fuentes históricas; por ejemplo: fray Toribio Motolinia, además de
indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado como resultado
cierta cantidad de bautizos a indígenas, no pudo negar que en los primeros años
los indios permanecían reacios a convertirse al catolicismo: “Anduvieron
–declaraba el misionero– los mexicanos cinco años muy fríos”.28 Además, era
consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad del trabajo,
sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras las
conversiones;29 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada
subsistió durante largo tiempo en todos los misioneros y llegó a ser para
algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.30
Sin embargo, después de esos primeros años, Motolinia
nos da noticia de las grandes cantidades de indígenas que pedían el bautismo, y
que en aquel momento, inexplicablemente, se contaban por miles, como se lo
había informado un confraterno, decía: “fray Juan de Perpiñán y fray Francisco
de Valencia, los que cada uno de estos bautizó pasaron de cien mil; de los
sesenta que al presente son en este año de 1536”;31 Motolinia siguió haciendo
cuentas de los miles y miles que se habían bautizado y llegó a la conclusión
que en total en ese año de 1536: “serán –decía– hasta hoy día bautizados cerca
de cinco millones”32 Por su parte fray Juan de Torquemada en su obra Monarquía
Indiana nos informa que “se bautizaban tantos mil en un día.”33
Los mismos frailes estaban sorprendidos de esta
conversión masiva, otro misionero e historiador, fray Gerónimo de Mendieta
señalaba: “Al principio comenzaron a ir de doscientos en doscientos, y de
trescientos en trescientos, y siempre fueron creciendo y multiplicándose, hasta
venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, otros de cuatro, y de
más lejos; cosa a los que lo veían de mucha admiración. Acudían chicos y
grandes, viejos y viejas, sanos y enfermos. Los bautizados viejos traían a sus
hijos para que se los bautizasen, y los mozos bautizados a sus padres; el
marido a la mujer, y la mujer al marido.”34 Los indios se quedaban en los
monasterios aprendiendo la doctrina, daban mil vueltas a las oraciones para
aprenderlas de memoria en latín. “Y al tiempo que los bautizaban, muchos
recibían aquel sacramento con lágrimas ¿Quién podía atreverse a decir que estos
venían sin fe, pues de tan lejos tierras venían con tanto trabajo, no los
compeliendo nadie, a buscar el sacramento del bautismo?”35
Algunos indígenas, como decía Mendieta, hacían grandes
esfuerzos para llegar al monasterio en donde les pudieran administrar el
sacramento del bautismo; por ejemplo, para llegar al monasterio de Guacachula,
los indígenas debían atravesar sierras y barrancos, casi sin comida. Esta
afluencia de indígenas no se dio como un fenómeno pasajero, ya que continuaron
llegando de lejanas tierras y con todas estas dificultades durante meses;
continuaba Mendieta: “afirma un religioso siervo de Dios, que pasó por allí
huésped, que en cinco días que allí estuvo bautizaron él y otro sacerdote por
cuenta catorce mil y doscientos y tantos. Y aunque el trabajo no era poco
(porque a todos ponía óleo y crisma), dice que sentía en lo interior un no sé
qué de contento en bautizar aquellos más que a otros; porque su devoción y
fervor de aquellos ponía al ministro espíritu y fuerzas para los consolar a todos,
y para que ninguno se les fuese desconsolado. Y cierto fue cosa de notar y
maravillar, ver el ferviente deseo que estos nuevos convertidos traían al
bautismo, que no se leen cosas mayores en la primitiva Iglesia. Y no sabe
hombre de qué se maravillar más, o de ver así venir a esta nueva gente, o de
ver cómo Dios los traía. Aunque mejor diremos, que de ver cómo Dios los traía y
recibía al gremio de su santa Iglesia. Después de bautizados, era cosa notable
verlos ir tan consolados, regocijados y gozosos con sus hijuelos a cuestas, que
parecía no caber en sí de placer.”36
Cuando esta conversión adquirió dimensión masiva, se
reflexionó sobre la mejor manera de administrar el bautismo y se buscó una guía
segura escribiendo al Papa para conocer las soluciones que se pudieran dar a
este caso, y mientras llegaban las disposiciones de Roma, los frailes tuvieron
que suspender momentáneamente los bautismos en gran masa; esto propició que los
frailes vieran testimonios que les partían el corazón, la gente estaba ansiosa
de tener el sacramento, con actitudes que conmovían y sorprendían a los
misioneros, por ejemplo, el mismo Mendieta nos informa sobre estos indígenas a
quienes no les importaban distancias, temporales, hambres, etc. con tal de
tener el bautismo; y que, por supuesto, no les importaba esperar todo el tiempo
que fuera necesario hasta conseguir su objetivo. Tanto en el convento de
Guacachula como en el de Tlaxcala, se contaron cerca de 2,000 indígenas que
pacientemente esperaban en los patios, y rogaban a cuanto misionero veían para
que los bautizaran. Los misioneros fueron testigos de que, cuando se les
despedía sin darles el sacramento, los indios volvían a sus casas, “llorando y
quejándose, y diciendo mil lástimas, que eran para quebrar los corazones, aunque
fueran de piedra.”37
Y lo mismo dígase de los indígenas que trataban de
confesarse: “Acaecía –decía Mendieta– por los caminos, montes y despoblados,
seguir a los religiosos mil y dos mil indios y indias, sólo para confesarse,
dejando desamparadas sus casas y hacienda; y muchas de ellas mujeres preñadas,
y tanto que algunas parían por los caminos, y casi todas cargadas con sus hijos
a cuestas. Otros viejos y viejas que apenas se podían tener en pie con sus
báculos, y hasta ciegos, se hacían llevar de quince y veinte leguas a buscar
confesor. De los sanos muchos venían de treinta leguas, y otros acaecía andar
de monasterio en monasterio más de ochenta leguas buscando quien confesase.
Porque como en cada parte había tanto que hacer, no hallaban entrada. Muchos de
ellos llevaban sus mujeres e hijos y su comidilla, como si fueran de propósito
a morar a otra parte. Y acaecía estarse un mes y dos meses esperando confesor,
o lugar para confesarse.”38
Uno de los sacramentos que más dificultades había
presentado para la aceptación indígena era el Matrimonio, ya que el dejar a sus
mujeres y tener sólo una, no era cosa fácil, en un esquema de familia que
incluso en algunos lugares de México rige todavía. Los indígenas, pueblo
entregado a la guerra y a los sacrificios humanos como parte de la armonía del
cosmos, no podían imaginar el no tener muchos hijos, integrantes fundamentales
de esta armonía sagrada.
Por lo que, si bien ya era de sorprender la conversión
en masa que se dio poco después del gran Acontecimiento Guadalupano, y sabiendo
los misioneros la resistencia que ofrecían los indios al sacramento del
matrimonio con una sola mujer; resulta aun más admirable que, precisamente
después del Acontecimiento Guadalupano, éstos llegaran a pedir con gran fervor
el matrimonio cristiano.
Fray Toribio Motolinia nos informa sobre este proceso de
cambio. Después de muchos esfuerzos y fatigas, el primer matrimonio cristiano
tuvo lugar el 14 de octubre de 1526, cuando se casaron ocho parejas, entre los
que se encontraba don Hernando, hermano del señor de Texcoco; Motolinia alude a
este primer matrimonio en la tierra del Anáhuac, señalando esta fecha como
punto de referencia debido a que los matrimonios eran muy escasos, y nos
informa también la razón de esto: “los señores tenían las más mujeres, no las
querían dejar, ni ellos [los frailes misioneros] se las podían quitar, ni
bastaba ruegos, ni sermones, ni otra cosa que con ellos se hiciese, para que
dejadas todas se casasen con una sola en faz de la Iglesia; y respondían que
también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían
para su servicio, decían que ellos también la tenían para lo mismo; y así
aunque estos indios tenían muchas mujeres con quien según su costumbre eran
casados, también las tenían por manera de granjería, porque las hacían a todas
tejer y hacer mantas y otros oficios.”39 Pero, en 1536 Motolinia comprueba y es
testigo de que después de 1531 las cosas cambiaron radicalmente, continuaba:
“ha placido a Nuestro Señor que de su voluntad de cinco a seis años a esta
parte comenzaron algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a
contentarse con una sola, casándose con ella como lo manda la Iglesia; y con
los mozos que de nuevo se casan son ya tantos, que hinchan las iglesias, porque
hay días de desposar cien pares; y días de doscientos y de trescientos y días
de quinientos.”40
Por su parte Mendieta decía: “Y era mucho de ponderar la
fe de los indios, que les acaecía a muchos haber dejado las mujeres legítimas,
porque no les tenían amor, y andar revueltos con las mancebas a quienes estaban
aficionados, y tener en ellas tres o cuatro hijos, y por cumplir lo que se les
mandaba, dejaban éstas en quien tenían puesta su afición, e iban a buscar las
otras, quince y veinte leguas, porque no les negasen el bautismo.”41
Los mismos misioneros estaban desconcertados de este
radical cambio, de tantas y tantas sorpresivas conversiones; y trataban de
razonar este fenómeno diciendo que, en parte, había sido resultado de su
predicación y testimonio; como hemos dicho, no cabe duda que esto ciertamente
influyó en las conversiones iniciales; sin embargo, la masiva conversión dejaba
a los seráficos misioneros con admiración y con expresiones de asombro, como
decía Mendieta: “fue cosa de notar y maravillar”, “de mucha admiración”.
El documento histórico llamado Nican Motecpana también
corrobora y confirma este cambio desde el corazón indígena, que se manifestó en
la aceptación de la fe; a su modo y en estilo por esta importante fuente se nos
dice que los indios: “sumidos en profundas tinieblas, todavía aman y servían a
falsos diosecillos, obras manuales e imágenes de nuestro enemigo el demonio,
aunque ya había llegado a sus oídos la fe, desde que oyeron que se apareció la
Santa Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y desde que vieron y admiraron su
perfectísima imagen, que no tiene arte humano; con lo cual abrieron mucho los
ojos, cual si de repente hubiera amanecido para ellos.”42 Fue tal la
conversión, que muchos de ellos tiraron, con sus propias manos, los antiguos
ídolos: “Y luego (según los viejos dejaron pintado) algunos nobles, lo mismo
que sus criados plebeyos, de buena voluntad echaron fuera de sus casas,
arrojaron y esparcieron las imágenes del demonio y empezaron a creer y venerar
Nuestro Señor Jesucristo y su preciosa Madre.”43
Uno de los aspectos claves en esta conversión es que
María viene a traernos a su Hijo Jesucristo; es decir, que la Imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe es Cristocéntrica, ya que coloca a su Hijo en el lugar que
le corresponde, en el centro de la Imagen, en la flor de cuatro pétalos, que
para los indígenas representa el movimiento, la vida, el único Dios verdadero
que es vida y da la vida: Ometéotl. La Doncella-Madre embarazada que espera a
Jesucristo, que lo porta en su vientre, como el tesoro que nos ofrece. Esto es
confirmado también por el Nican motecpana: “En lo que se realizó que no
solamente vino a mostrarse la Reina del cielo, nuestra preciosa Madre de
Guadalupe, para socorrer a los naturales en sus miserias mundanas, sino más
bien, porque quiso darles su luz y auxilio, a fin de que conocieran al
verdadero y único Dios y por él vieran y conocieran la vida del cielo.”44 Del
mismo modo, Ella no desprecia el trabajo de los misioneros, sino que lo asume
en el trabajo evangelizador; se expresa en el Nican motecpana: “Para hacer
esto, ella misma vino a introducir y fortalecer la fe, que ya habían comenzado
a repartir los reverendos hijos de San Francisco.”45
El Acontecimiento Guadalupano no sólo convierte a los
indígenas sino a los mismos españoles; uno de los ejemplos más explícitos de
esto son los variados testimonios de los testigos en la llamada Información de
1556; donde explícitamente se hace referencia a grandes peregrinaciones de
españoles a la ermita del Tepeyac, de milagros, de conversiones y del gran amor
a Santa María de Guadalupe logrando grandes conversiones no sólo de los
indígenas sino también de españoles.46 Dice el testimonio de Juan de Salazar
que “la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita Imagen, y
los indios también, y cómo van descalzas señoras principales y muy regaladas, y
a pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a nuestra Señora y
de estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo [...]
muchas señoras de este pueblo y doncellas, así de calidad como de edad, iban
descalzas y con sus bordones en las manos a la dicha ermita de nuestra Señora y
que así este testigo lo ha visto, porque ha ido muchas veces a la dicha ermita,
de que este testigo no poco se ha maravillado, por haber visto muchas viejas y
doncellas ir a pie con sus bordones en las manos, en mucha cantidad a visitar
la dicha Imagen”.47 Y añade este mismo testigo que incluso llegó a tal punto la
devoción que “ya no se platica otra cosa en la tierra, si no es ¿dónde queréis
que vayamos? vamos a nuestra Señora de Guadalupe”.48
Otro testigo, el bachiller Francisco de Salazar juraba:
“no solamente las personas que sin detrimento de su salud y sin vejación de su
cuerpo pueden, van a pie; pero mujeres y hombres de edades mayores y enfermos,
con esta devoción van a la dicha ermita”.49
En su testimonio, Juan de Masseguer nos dice: “Que todo
el pueblo a una tiene gran devoción en la dicha Imagen de Nuestra Señora de
todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”.50
Mientras que Alvar Gómez testificó: “que es verdad que
ha ido allá una vez, y que topó muchas señoras de calidad que iban a pie, y
otras personas, hombres y mujeres de toda suerte, a la ida y a la venida, y que
allá vio dar limosnas hartas, y que a su parecer que era con gran devoción, y
que no vio cosa que le pareciese mal, sino para provocar a devoción de Nuestra
Señora, y que a este testigo, viendo a los otros con tanta devoción, le provocaron
más; y que le parece que es cosa que se debe favorecer y llevar adelante,
especial que en esta tierra no hay otra devoción señalada, donde la gente haya
tomado tanta devoción, y que con esta Santa devoción se estorban muchos de ir a
las huertas, como era costumbre en esta tierra, y ahora se van allí donde no
hay aparejos de huertas ni otros regalos ningunos, mas de estar delante de
Nuestra Señora en contemplación y en devoción”.51
En palabras sencillas, el culto a la Virgen de Guadalupe
se manifiesta como una verdadera evangelización;52 los misioneros observaron
que con el mensaje y la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe la esencia del
Evangelio era entendido y movía de tal forma las almas que la conversión hacia
Jesucristo era una manifestación patente de ello.
Ciertamente es sorprender este cambio, que tuvo su
origen en las profundidades del corazón y esta nueva actitud que revela una luz
de esperanza, la cual permitió que se llevara a cabo la evangelización de un
pueblo que estaba como tierra bien preparada para recibir el mensaje de la
Salvación. De hecho, se inicia una devoción que nadie podrá detener, y que aun
más se fue profundizando y extendiendo durante los diversos periodos históricos
que tuvieron lugar en México.
Modelo de Evangelización perfectamente inculturada
Cuando hablo de “cultura” me refiero a algo netamente
humano y muy complejo, como expresó el cardenal Paul Poupard: la cultura es “la
manera peculiar en que los hombres, en un determinado pueblo, cultivan su
relación con la naturaleza, consigo mismos y con Dios, a fin de alcanzar un
nivel verdadera y plenamente humano”.53
La Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM)
expresó en el Documento de Puebla de una manera elocuente lo que es la
“inculturación” y que es lo que prácticamente el Acontecimiento Guadalupano
marca la pauta, así lo expresan los obispos latinoamericanos: “En efecto, la fe
transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto
es, por creyentes «vinculados profundamente a una cultura y la construcción del
Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas
humanas» (Cfr. EN 20). Por otra parte permanece válido, en el orden pastoral,
el principio de encarnación formulado por san Ireneo: «Lo que no es asumido no es
redimido». El principio general de encarnación se concreta en diversos
criterios particulares: Las culturas no son terreno vacío, carente de
auténticos valores. La Evangelización de la Iglesia no es un proceso de
destrucción, sino de consolidación y de fortalecimiento de dichos valores; una
contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en las
culturas (Cfr. GS 57d,f). (…) Todo esto implica que la Iglesia -obviamente la
Iglesia particular-, se esmere en adaptarse, realizando el esfuerzo de un
trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los
símbolos de la cultura en la que se inserta (Cfr. EN 53, 62, 63; GS 58a,b; DT
420-423) (…) De este modo, por la evangelización, la Iglesia busca que las
culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del
Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu (EN 18, 20, 23; GS 58d;
61a).”54
Es decir, que quienes queramos proclamar el Evangelio a
gentes diversas de nosotros mismos, debemos hacer el esfuerzo al evangelizar a
los gentiles: exponer y compartir nuestra Fe a partir de los conocimientos y
sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así ambos un
doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores
y tradiciones para adoptar los del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y
depurar los de los dos.
Y esta inculturación, este trasvasamiento, ocurrió
cuando menos podía esperarse, cuando nuestra patria mestiza se debatía en
atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en aborto, como aconteció en
otras partes, donde la población indígena quedó exterminada, pues no se veía
posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos; cuando indios y
españoles se veían con miedo y rencor, deformada su perspectiva por una total
incomprensión mutua, ya que las culturas de ambos eran humanamente
incompatibles. Los españoles estaban convencidos que se enfrentaban con Satanás
en persona, de modo que toda tolerancia equivaldría a una clara traición a
Dios, y los indios estaban convencidos que su ineludible deber esa ser fieles a
su raíz, a lo que siempre habían sido y, en especial, la versión del Evangelio
que los misioneros les presentaban les resultaba insultante e inaceptable,
Dios, a través de su Madre Santísima, supo resolver ese insoluble problema, sin
desautorizar a sus enviados españoles, sin reprobar los valores indios, sin
cambiar a ninguno de los protagonistas ni a sus conflictivas circunstancias.
Supo, en una palabra, confirmar la predicación de sus enviados inculturando su
mensaje a la mente india. Y con esto no sólo obtuvo su conversión
entusiastamente masiva e instantánea, sino que se aceptaran unos a otros tan
efectivamente que nacimos ese pueblo nuevo, hijo y heredero de ambos: el pueblo
mestizo que somos hoy México.
Este anhelo, que hoy por primera vez es sincero y
universal, topa sin embargo con la miseria humana, ante la que se estrellan
todos los esfuerzos, y vemos abortar cuantos intentos se hacen ya no digamos
para que se reconcilien, sino simplemente dejen de matarse pueblos hermanos.
Y no sólo tenemos esa imagen, sino que dos pueblos, del
todo diferentes, divididos por una incomprensión abismal, no sólo dejaron de
masacrarse, sino que, al acoger el amor que les ofreció; Dios a través de su
Madre Santísima, se aceptaron y fusionaron tan de veras que nació de ellos un
pueblo heredero de las grandezas y miserias de los dos, pero genuinamente
nuevo, síntesis y reconciliación de lo aparentemente irreconciliable, lo que el
Santo Padre en persona definió como "un gran ejemplo de evangelización
perfectamente inculturada." Que tiene, obviamente, que continuar tocando
corazones para que se realice una verdadera conversión cada día.
La Santa Sede reconoce a la Estrella de la
Evangelización: Santa María de Guadalupe
La Santa Sede a lo largo de la historia confirmó la
importante evangelización que se dio gracias al culto Guadalupano, veamos sólo
algunas de las intervenciones más significativas.
Remontándonos al siglo XVI, podemos contemplar en el
Archivo Secreto Vaticano, el documento más antiguo que se conoce en donde el
papa Gregorio XIII, en 1573 (tan sólo 42 años después de la aparición), otorgó
gracias especiales a la remota y humilde ermita de “Santa María de Guadalupe de
Tepeaquilla in provincia messicana” según las modalidades acostumbradas,
indulgencia plenaria y otras indulgencias.55
Si bien, muchos Pontífices otorgaron beneficios y
gracias al Santuario Guadalupano de México, uno de los más importantes en este
tema fue el papa Benedicto XIV, quien en 1754, concedió Misa y Oficio litúrgico
a la Guadalupana. “La Congregación de Ritos hizo saber [...] que, examinados
todos los documentos que había presentado, quedaba plenamente demostrada la
verdad histórica de la Aparición [...] El 24 de Abril de 1754 dio la
Congregación de Ritos el decreto con que aprobaba el Oficio y Misa propia en
honor de la Virgen de Guadalupe; y mandaba que dicho Oficio se rezase el 12 de
Diciembre con rito doble de primera clase y con Octava.”56
Pío XI en Carta Apostólica del 16 de julio de 1935
declaró a la Virgen de Guadalupe de México Patrona de las Islas Filipinas.57
En la época actual, tenemos varias intervenciones de los
Sumos Pontífices, entre las más significativas están las palabras del papa Pío
XII, quien el 12 de octubre de 1945 ofreció una Alocución transmitida por
Radio, por el cincuentenario de la coronación pontificia de la Imagen de
Nuestra Señora de Guadalupe de México: “Y así sucedió –decía el Santo Padre–,
al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones del Anáhuac. Acaban apenas
de abrirse al mundo, cuando a las orillas del lago de Texcoco floreció el
milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego –como refiere la tradición–
pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima, que la
labor corrosiva de los siglos maravillosamente respetaría.”58
El papa Juan XXIII, el 12 octubre de 1961, en la
celebración del cincuentenario del Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre
toda América Latina, declaró: “«la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero
Dios, por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina
del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su
tilma caen, mientras en ésta queda aquel retrato suyo dulcísimo que manos
humanas no pintan. Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de
Madre: Ella, con cara de mestiza entre el indio Juan Diego y el Obispo
Zumárraga, como para simbolizar el beso de dos razas [...] Primero Madre y
Patrona de México, luego de América y de Filipinas;59 el sentido histórico de
su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los
horizontes en un anhelo universal de amor.”60
El papa Pablo VI, en otro 12 de octubre pero del año
1970, en el 75º. Aniversario de la coronación pontificia de la Imagen, exclamó
“La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe, tan profundamente enraizada en
el alma de cada mexicano y tan íntimamente unida a más de cuatro siglos de
vuestra historia patria, sigue conservando entre vosotros su vitalidad y su valor,
y debe ser para todos una constante y particular exigencia de auténtica
renovación cristiana”.61
Como decía al inicio de esta Conferencia, el papa Juan
Pablo II siempre ha declarado la gran importancia del Acontecimiento
Guadalupano, luz para la evangelización que ha dado frutos de salvación. Desde
su primera visita pastoral a México, en 1979, Juan Pablo II fue directo y
preciso al hablar sobre Santa María de Guadalupe como la Estrella que iluminó
el camino de la evangelización; dijo el Santo Padre en aquella ocasión:
“Nuestra Señora de Guadalupe, venerada en México y en todos los países como
Madre de la Iglesia en América Latina, es para mí un motivo de alegría y una
fuente de esperanza. «Estrella de la Evangelización», sea ella vuestra guía.”62
El Papa reafirmó la importancia del mensaje de Dios por
medio de la Estrella de la Evangelización, María de Guadalupe, y su fiel,
humilde y verdadero mensajero Juan Diego; momento histórico para la
evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego
–reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una
repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los
confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”63
El Santo Padre continuó expresando con gran fuerza la
importancia del Acontecimiento Guadalupano comunicado por el Juan Diego y
confirmó la evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de
Guadalupe; “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol
de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...]
en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización
perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino
también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como
Reina de toda América.”64
A manera de conclusión
Por ello, es importante recalcar la importancia del
Acontecimiento Guadalupano en la evangelización de todo un Continente y más
allá de sus confines; a un mundo que tanto necesita de la unidad, de la paz, de
la solidaridad y del amor, una verdadera conversión. Porque del hombre
sencillo, humilde, de buena voluntad, lleno de ese amor de Dios que nos trae
María en su regazo, pueden surgir las cosas más maravillosas a favor de una
nueva humanidad.
Esto es lo que señala el mismo Santo Padre cuando con
alegría y gratitud declaró: “Volvamos a Guadalupe. En el año 2002 tuve la
gracia de celebrar en aquel santuario la canonización de Juan Diego. Fue una
estupenda ocasión para dar gracias a Dios. Juan Diego, después de haber
recibido el mensaje cristiano, sin renunciar a su identidad indígena, descubrió
la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos estamos llamados a
ser hijos de Dios en Cristo: «Te doy gracias, Padre [...], porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a las gentes
sencillas» (Mt 11, 25). Y, en este misterio, María ha tenido un papel del todo
singular.”65
Asimismo, desde el inicio de su pontificado, el papa
Juan Pablo II nos ha expresado con gran fuerza: “no tengan miedo, no tengan
miedo, abran las puertas a Cristo”. Por ello, quiero terminar con uno de los
párrafos más bellos del diálogo entre la Virgen de Guadalupe y san Juan Diego,
el cual nos anima para continuar con la misión evangelizadora que nos ha sido
encomendada: “«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada
lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón,
no tengas miedo, [...] ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco
de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra
cosa?»”66
1 Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción Pedro
Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, pp. 58-59.
2 Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero
de 1999, Ed. Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 20. El
Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en
AAS, 85 (1993) p. 826. El Santo Padre
también menciona la declaración realizada por los obispos de los Estados Unidos
de Norteamérica en: National Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother
Woman of Faith, Washington 1973, Nº 99: “In our own hemisphere we recall the
apparition in 1531 of Our Lady of Guadalupe, «Queen of the Americas»."
3 Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20.
4 Francisco López de Gómara, Historia General de las
Indias, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1979, Dedicatoria, pp. 7-8.
5 Cfr. Fernando Benítez, La ruta de Hernán Cortés, Ed.
FCE, México 41974. También Silvio Zavala, «Hernán Cortés ante la justificación
de su conquista», en Revista de Historia Americana, 92 (1981), pp. 49-69.
También en la obra escrita por un soldado del mismo Hernán Cortés: Bernal Díaz
del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Ca.
1560-1568, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos 6 y 7), México 1977, 2
Vols.
6 Cfr. Miguel León-Portilla, El reverso de la conquista,
Ed. Joaquín Mortiz, México 1964. También del mismo autor Miguel León-Portilla,
Visión de los vencidos, UNAM (= Col. Biblioteca del Estudiante Universitario N°
81), México41969.
7 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p. 78.
8 De hecho, algunos frailes misioneros, como Sahagún y
Durán, se dieron a la tarea de investigar, de manera meticulosa, la cultura
india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera perjudicar a
sus recién convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las
medicinas al enfermo sin que primero conozca qué humor o de qué causas procede
la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las
hay, menester es saber cómo las usaban.” Fray Bernardino de Sahagún, Historia
General, p. 17. Esta fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo
casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros los
religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su
idolatría, mas habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza
que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando lo
conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de
1533, en Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66.
9 Cfr. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva
España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col.
Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.
10 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España,
México a 27 de agosto a 1529, Archivo de Simancas, Bibl. Miss., III, 339, carta
13. Copia en Colección Muñoz, T. 78, f. 314v.
11 Cfr. Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez
y José Luis Guerrero Rosado, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan
Diego, Ed. Porrúa, México 1999,42002, 604 pp.
12 Una biografía de Juan Diego la publiqué en México:
Cfr. Eduardo Chávez Sánchez, Juan Diego. Una vida de Santidad que marcó la
historia, Ed. Porrúa, México 2002, 228 pp. Este momento importante lo recuerda
el Papa Juan Pablo II en su libro: Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!,
traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, p. 60.
13 Cfr. José Castillo y Piña, Tonantzin Nuestra
Madrecita la Virgen de Guadalupe, Imp. Manuel L. Sánchez, México 1945, 274 pp.
También Miguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y
mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”, Eds. Colegio Nacional y FCE, México
2000, 202 pp.
14 “Cuauhtlatoatzin”, nombre indígena de Juan Diego que
significa “Águila que habla”. Cfr. Carlos de Sigüenza y Góngora, Piedad Heroica
de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería Religiosa, segunda edición de
“La Semana Católica”, México 1898, p. 31. También: Xavier Escalada, S. J., Ed.
Enciclopedia Guadalupana, México 1997, T. V.
15 «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en
Informaciones Jurídicas de 1666, Traslado original del 14 de abril de 1666,
AHBG, Ramo Historia, f. 158r; publicado el facsímile del Traslado Original en
Eduardo Chávez Sánchez, La Virgen de Guadalupe y Juan Diego en las
Informaciones Jurídicas de 1666, Eds. BG, Imp. Ángel Servín, México 2002: “y
habiéndose Bautizado [Juan Diego] en el año de mil y quinientos veinte y
cuatro, que fue cuando vinieron los religiosos del Señor San Francisco (de cuya
feligresía era) es constante haberse Bautizado de cuarenta y ocho años de
edad.”
16 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del
náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La
Peregrinación, México 1998, v. 24.
17 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 26.
18 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 55-56.
19 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 58-62.
20 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 107.
21 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 118-119.
22 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 120.
23 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 126.
24 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 137-139.
25 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 187.
26 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, v. 208.
27 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 214-218.
28 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p.
78.
29 De hecho, algunos frailes misioneros, como Sahagún y
Durán, se dieron a la tarea de investigar, de manera meticulosa, la cultura
india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera perjudicar a
sus recién convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las
medicinas al enfermo sin que primero conozca qué humor o de qué causas procede
la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las
hay, menester es saber cómo las usaban.” Fray Bernardino de Sahagún, Historia
General, p. 17. Esta fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo
casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros los
religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su
idolatría, mas habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza
que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando lo
conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de
1533, en Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66.
30 Cfr. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de
Nueva España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col.
Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.
31 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p.
85.
32 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p.
85.
33 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, Ed.
Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa No 43), introducción de Miguel León-Portilla,
México51986, T. III, p. 140.
34 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p.
276.
35 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p.
276.
36 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p.
277.
37 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p.
278.
38 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, pp.
282-283.
39 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p.
98.
40 Fray Toribio Motolinia, Historia de los Indios, p.
98.
41 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p.
300.
42 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p.
307.
43 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p.
307.
44 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p.
307.
45 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, p.
307.
46 Cfr. Información de 1556 ordenada realizar por Alonso
de Montúfar, arzobispo de México, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro
Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982.
47 «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de
1556, p. 51.
48 «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de
1556, p. 53.
49 «Testimonio de Francisco de Salazar», en Información
de 1556, p. 59.
50 «Testimonio de Juan de Masseguer», en Información de
1556, p. 71.
51 «Testimonio de Alvar Gómez de León», en Información
de 1556, p. 67.
52 Cfr. Mariano Cuevas, El culto Guadalupano del
Tepeyac. Sus orígenes y sus críticos en el siglo XVI, Apéndice: La información
de 1556 sobre el sermón del provincial franciscano Bustamante, Ed. Centro de
Estudios Fray Bernardino de Sahagún, México 1978.
53 Paul Poupard, Intervención en la 7a. Congregación
General, presente el Santo Padre, el 20 de noviembre de 1997, en Javier García
González, “Historia del Sínodo de América”, Ed. Nueva Evangelización, México
1999, p. 190.
54 Documento de Puebla, Nos. 400-401; 404; 407.
55 En el Archivo Secreto Vaticano se conservan dos
índices cronológicos, uno sobre las comisiones expedidas de 1569 a 1571, otro
sobre los breves expedidos entre 1569 y 1575. Se registra las indulgencias
pontificias a favor del Santuario de “Nuestra Señora de Guadalupe de
Tepeaquilla in provincia mexicana”. Febrero, 1573. ASV, Secc. Brev. Lat. 81, p.
165.
56 [Esteban Anticoli], La Virgen del Tepeyac, Patrona
principal de la nación mexicana. Compendio Histórico-Crítico, por un sacerdote
residente en esta arquidiócesis, Tip. de Ancira y Hno, Guadalajara, México,
1884, pp. 196 y 199.
57 Pío XI, Carta Apostólica: «B. V. Maria sub titulo de
Guadalupa insularum Philippinarum coelestis Patrona declaratur», se declara a
la Virgen de Guadalupe Patrona de las Islas Filipinas, Roma a 16 de julio de
1935, en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
58 Pío XII, «Alocución Radiomensaje», 12 de octubre de
1945, en AAS, XXXVII (1945) 10, pp. 265-266.
59 Nuestra Señora de Guadalupe es declarada Patrona de
Filipinas el 16 de julio de 1935. Cfr. Pío XI, Carta Apostólica «B. V. Maria
sub titulo de Guadalupa Insularum Philippinarum Coelestis Patrona Declaratur»,
en AAS, XXVIII (1936) 2, pp. 63-64.
60 Juan XXIII, «Ad christifideles qui ex ómnibus
Americae nationibus Conventui Mariali secundo Mexici interfuerunt», por el 50°
aniversario del, Roma a 12 de octubre de 1961, en AAS, LIII (1961) 12, pp.
685-687.
61 Pablo VI, «Mensaje Radiotelevisivo», 12 de octubre de
1970, en AAS, LXII (1970) 10, p. 681.
62 Juan Pablo II, «Alocución», en AAS, LXXI (1979) 3, p.
205.
63 Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20.
64 Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20.
65 Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, p. 60.
66 Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del
náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La
Peregrinación, México 1998, vv. 118-119.